Aunque no es muy frecuente, algunas mujeres pueden ser diagnosticadas de linfoma durante el embarazo.

Aproximadamente una cuarta parte de los casos se diagnostica antes de la concepción, otra quinta parte después del parto y el resto durante el embarazo.

En la mujer embarazada el estadiaje se realiza mediante exploración clínica, análisis, biopsia de médula ósea y técnicas de imagen que incluyen ecografías y Resonancia Magnética Nuclear (que parece segura en la embarazada). La TAC no se recomienda. Valorando el riesgo/beneficio se puedan usar algunos tipos de radiografías en determinadas circunstancias. No están indicados estudios de PET o galio por el uso de material radiactivo.

Los tratamientos con quimioterapia y radioterapia pueden ser perjudiciales para el feto y la placenta, aunque no todos los medicamentos tienen el mismo potencial. El primer trimestre es el más crítico porque en este tiempo se producen la implantación y la embriogénesis. No obstante, los tratamientos durante el segundo y tercer trimestre también pueden producir efectos sobre el feto tales como pérdida de peso, retardo de crecimiento uterino, retraso mental…

En algunos casos es posible retrasar los tratamientos hasta después del parto. En los casos en que esto no sea posible, se pueden elegir determinados medicamentos que ofrecen mayor seguridad, con menor riesgo de complicaciones. Dependiendo también de las localizaciones se pueden realizar tratamientos de radioterapia.

En resumen, podemos decir que los linfomas, aunque infrecuentemente, pueden aparecer en la mujer embarazada, existiendo riesgos para la madre y el feto de distinta cuantía dependiendo del periodo de la gestación y de los tratamientos que se utilicen.

Las decisiones de tratamiento se deben tomar de forma individualizada en cada caso y con un seguimiento muy estrecho por los distintos especialistas (ginecólogo, hematólogo…)